Autor: Dominos Blanco

Hay una hermosa historia de publicidad y marketing, surgida como poesía o leyenda. Es un relato, completamente real, que se ha hecho ley de astucia comercial y que demuestra la importancia estratégica de las regalías. En el mundo de las ventas las cosas gratis tienen una imagen interesante. Por un lado son muy deseadas y por otro lado se les contemplan con desconfianza, con evidente recelo y matices de alerta.

Si la frase dice que todo lo barato sale caro, pues lo gratis puede costar más caro aún… o no. Por supuesto que no. En el universo de los comercios, las ventas y las economías no siempre lo barato es lo que está estancado y debe tener salida a base de rebajas, remates o paquetes combinados. En este mismo universo tan complejo, el marketing es un aliado muy leal y la publicidad es ese grito que hace voltear la cabeza a todos.

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Erase una vez, la hermosa historia

Y de tan hermosa que es, millones de personas la hacen una realidad en sus empresas, sus negocios y sus emprendimientos. Una vez, hubo una muchacha que llegó a una ciudad. Nunca antes había estado allí, y como el viaje en tren había sido de tantas horas, la viajera sintió que su imagen estaba descuidada. En el baño de la estación de trenes lavó con abundante agua su rostro, pero aún así, el espejo no le devolvió el semblante que ella quería lucir como recién llegada a la gran ciudad.

No tenía mucho dinero. La muchacha había llegado a la urbe para hacer nueva vida, y sentía que la juventud no le bastaba para impactar. Entonces caminó por las calles, andando con rostro apesadumbrado. Nada le llamaba la atención, ni las palomas mañaneras, ni las grandes arquitecturas, ni las miradas citadinas para las cuales ella era inexistente. Entonces, se dio cuenta de algo.

La muchacha sintió una alegría que le cambió el rostro y hecho a correr con su pequeña maleta hasta el local que recién abría sus puertas.

Maquillajes y perfumes ¡carísimos!

Eran tan caros, que la muchacha contemplaba con asombro los maravillosos productos para embellecer los labios, las cejas, las pestañas y el rostro. Era la tienda de maquillajes más afamada de aquella ciudad, en la cual también se vendían perfumes con un universo de fragancias. El encargado de aquella boutique miró con picardía a la inocente viajera. Desde su entrada había advertido en ella un halo de llamativa ingenuidad y hermosura. Una hermosura parecida al brillo de los cristales, a los colores más vibrantes, a los aromas exquisitos.

Ella no tenía dinero para comprar, y él, sabiendo eso, no tenía intenciones de venderle absolutamente nada. La muchacha se acercó despacio hasta la mesa donde se mostraban los productos fuera de sus cajas, de estuches y envoltorios. Se atrevió a tomar uno y ante el espejo, hizo una pose como si fuera a dar color a sus labios.

Publicidad viva

Ese fue el instante preciso. El encargado de la tienda lo vio todo en esa imagen de la vida real. Y sin perder tiempo le dijo que podía usarlo. Los labios de la muchacha se tornaron del color perfecto que contrastaba con su piel. Pero eso no fue todo. Él se acercó y con astucia fue entregándole más y más para que la muchacha probara en su piel todas las maravillas carísimas. Ella usaba los productos, era una gratuidad tal vez misteriosamente apropiada, una estrategia incomprendida para la muchacha. El encargado colocó dentro la cartera de ella productos de belleza en sus cajas, estuches y envoltorios. Lo viajera invisible e ingenua, pasó a ser la reina de la mañana gracias a aquellos productos carísimos y al toque de perfume que selló en ella una obra maestra de belleza.

Y se fue, agradecida y sonriente. La muchacha caminaba por las calles de aquella ciudad convertida en una reina que atrapaba la mirada de todos los que pasaban a su lado, contemplándola con asombro y seducción. Era una publicidad viva, un grito de atención y al ,mismo tiempo una seductora propuesta. No tardaron las muchachas de su misma edad en acercarse, con amigable confianza, para preguntarle de dónde era su maquillaje y su aroma. Todas querían un rostro con esos colores y con esos brillos de tanto estilo. La muchacha indicó la localización de la boutique, y aquel día, aquellas cosas gratis hicieron que el encargado de la boutique triunfara.

Regalos, gratuidades, cortesías, hermosas historias

¿Y si llega a tu empresa, a tu negocio o a tu emprendimiento una muchacha como la de la hermosa historia? Las oportunidades son únicas. La publicidad más acertada no tiene por qué ser la más cara en cuanto a inversiones de marketing.

Tenemos regalías, si, obsequitos tan hermosos como la historia que te acabamos de contar y que sabemos regresarán a nosotros multiplicados en millones de personas que querrán tenerlo todo lo nuestro, absolutamente todo.